La llamarada de un gigantesco sol había dado paso
a la suave oscuridad del espacio, pero las variaciones externas significan poco
en la labor de comprobar las actuaciones de los robots experimentales.
Cualquiera que sea el fondo de la cuestión, uno se encuentra frente a frente
con un inescrutable cerebro positónico que, según los genios de la ciencia,
tiene que obrar de esta u otra forma.
Isaac Asimov.
El desarrollo de la Humanidad ha sido también el
desenlace de la lucha incesante de individuos, castas, clases y sociedades por
alcanzar la seguridad y el placer.
Buda reconoció en el intento de satisfacción del
deseo –o sea, la búsqueda del placer-, la causa de lo que lo que Satré denominó,
en el siglo XX, la angustia existencial del Ser Humano. En el budismo –doctrina
filosófica transformada en religión-, el
nirvanaes el camino a la iluminación bajo los mandatos de una
auto-disciplina inhibidora del deseo que aísla al individuo de cualquier condicionamiento
externo y lo lleva a un estado de total inmovilismo psicosocial pues restringe
la realización personal al equilibrio interior de la mente, y desdeña la
interacción con otros seres humanos.Parece ser el budismo un intento de resolver
la contradicción entre ideación imaginal
e ideación racional. En aposición –y con el mismo fin-, en la Edad Media los
sistemas filosóficos occidentales apostaron por la subjetividad, tanto, que el
escolasticismo convirtió las ideas aristotélicas en nimia retórica ilusoria.
Los sistemas mágicos-religiosos africanos, -tan “ramplonizados” por los medios
eurocéntricos-, producen prohibiciones y
tabúes resultantes de la ideación imaginal generadora de un “mundo otro” de
divinidades y su interrelación con la ideación racional a través de la cual las
tribus africanas transformaban la Naturaleza a su favor con la caza y la
recolección agrícola.
Lo mismo que la religión, el resto de las
dimensiones de la cultura, entiéndase: el arte, la tecnología, la ciencia… una
vez surgida La Humanidad, condicionan las relaciones sociales a través del
establecimiento de procesos comunicativos. Cualquiera liturgia es, a la vez,
fenómeno de interacción a escala simbólica, acto comunicativo, lo mismo que
toda obra artística e, incluso, los descubrimientos científicos y sus
aplicaciones tecnológicas en tanto su potencial referativo. Sólo la
especialización y el propio desarrollo cultural han propiciado la
interpretación fragmentada de un proceso que desde sus orígenes conforma una
misma supra-estructura, y que los dimes y diretes académicos en el largo y
tortuoso camino de la investigación, han encabalgado en clasificaciones
epistemológicas.
Pero si toda harina posee las mismas cualidades
esenciales, aquella envasada en costal húmedo servirá mejor para ciertos
manjares a diferencia de la envasada en costal seco. Si erróneo ha sido el
propósito de desmenuzar el estudio de la
comunicación en fracciones capitalizadas desde la semiótica, la psicología, la
antropología… alejados de la necesaria perspectiva estructuralista, catastrófico ha resultado el precepto
político de convertir aquello inherente a la condición humana en esperpento
ideo-clasista, y casi siempre el individuo mínimamente suyo, al cantar de
Silvio Rodríguez, ha sido el ente sacrificado.
Es cierto: el propio hecho de que hayamos
sobrevivido, nosotros, esta inobjetable Humanidad de nuestros días, demuestra
lo absurdo de la aspiración de convertir la aptitud comunicativa, la riqueza
cultural gracias a ella emanada, en instrumentos de sujeción con la
exterminación espiritual contra quienes articulen ideaciones diversas o
contrarias. Sin embargo, el siglo XXI parece ponernos ante la certeza de una
desmesurada eclosión cultural, y de un abismo nunca antes visto entre
poseedores y desposeídos, manipuladores y manipuladores, que lo hace a uno
dudar, preguntarse hasta cuándo podremos distender la cuerda entre nuestra
natural tendencia a la dominación y nuestra vocación de no ser dominados.
El linaje humano,
con la interrelación social, busca
estados de satisfacción en la proyección de su individualidad, lo cual no debería ser
reprochable excepto cuando esa proyección vaya en detrimento del derecho del
otro, o los otros, a vivir y desarrollarse en condiciones similares.
Así, por ejemplo: los griegos antiguos veneraron
la palabra lógica y se delectaron ante
equidistancia y la armoníaplástica, sin
dejar de castigar a sus esclavos, por supuesto. Los romanos
cultivaron la violencia voluptuosa del
ejercicio del poder típica del imperialismo aún con la sabiduría de
Adriano. Junto con la veneración por las
formas equilibradas de Miguel Ángel y la
perspectiva misteriosamente sensual de Da Vinci, los príncipes renacentistas
desataron sus orgías de sangre y veneno. Con el asombro por la esplendorosa
noche de inauguración de los Juegos
Olímpicos de Beijing, se disimulaba el chirrido de los tanques sobre Osetia. Y
en cada uno de estos actos, siempre la
motivación ha sido la misma: la búsqueda de la seguridad de una buena mesa
después del trabajo, el placer de un orgasmo luego de la angustia del
enamoramiento o la soledad, el sueño reconfortante posterior al agotamiento: el
trueque de la angustia por el placer.
El origen de tal conmutación se ha perdido tras
milenios de encontronazos ambientales: desventaja física, dolor, mutilación
corporal por el choque contra objetos más contundentes, hambre, frío en un
marco de contradicciones sociales inmanentes a la búsqueda de la supremacía:
guerras, luchas por el poder, humillación, impiedad, complejos de inferioridad,
explotación. Tal trueque del dolor en placer es únicamente la génesis de un
proceso complejizado por la vida en sociedad y el desarrollo cultural, tal como
hemos analizado en nuestro ensayo anterior.
La
combinación de ambos factores –los de carácter neuro-psíquico y los de carácter
sociocultural- ha generado marcas de sufrimiento y goce registradas a escala
cromosómica, la huella bioquímica de billones de sensaciones agradables y
desagradables, y la eclosión de la naturaleza humana en ámbitos
histórico-concretos. Se potencian así nuestras exigencias perceptivas, las
cuales adquieren urgencias hedonistas. He aquí eso que los cristianos
llaman “nuestra natural tendencia al pecado”, que es nuestra natural tendencia
al bienestar; tendencia de la única
especie animal capaz de asociar la satisfacción de necesidades biológicas con
el placer[1].
La ideologética se basa en la tesis de que tales urgencias
hedonistas del individuo lo llevan a uniformar su comportamiento en busca del
placer, convertirse en masa y como tal invadir “todos
los lugares, incluso de los reservados a las minorías creativas[2]”,
ya no en términos de contacto social/físico sino sobre todo en términos de
contacto mediado[3]. El
Estado burgués entonces desarrolla
herramientas manipuladoras que encaucen esa “inundación” de la masa a los
dominios de la élite: la industria del entretenimiento, el arte pop, la
literatura light, de modo que las necesidades perceptoras de la masa generan
ganancia financiera y, por lo tanto, garanticen la superioridad económica de la
clase en el poder.
En el otro polo, el axioma ideo-político de la
dictadura del proletariado aplicado durante el siglo XX, con la pretensión de
negar radicalmente el complejo de valoraciones de la burguesía, arremete
también contra valores raigales de la naturaleza humana: el derecho al albedrío
y al pensamiento propio, la expresión
honesta de ese pensamiento, el goce estético sin restricciones. El Estado
socialista del siglo XX, el cubano incluido, como mecanismo de defensa,
desarrolla por su parte herramientas manipuladoras con el objetivo de que esa
“inundación” de las masas no ponga en peligro la supuesta infalibilidad
estatal, crea un sistema de propaganda que magnifica los peligros –reales-,
procedentes del mundo capitalista y disfraza las deficiencias propias al
achacarle la responsabilidad a la hostilidad exterior, y omitir cualquier
análisis crítico interno que no sea generado por su estamento de poder.
Se deriva entonces, -de la contradicción
filosófica entre ideación basada en el conocimiento e ideación basada en la
entropíao la incertidumbre- otra contradicción de carácter social entre una
ideo-política totalitaria, en la cual la unidad clasista –amenazada por el
sistema capitalista mundial- no admite diversidad, y el desarrollo espiritual
que la propia auto-ideación de clase en el poder va provocando, o sea: se
produce una contradicción entre individualidad y masa., estamento y clase. La
historia del siglo XX demuestra que el intento socialista de los soviéticos no
llegó a resolver el conflicto siempre subyacente entre la praxis del
proletariado en el poder y el albedrío del individuo en la sociedad, al
recurrir a mecanismos de sometimientos heredados del capitalismo y a la
ideologética.
Malogrado el más reciente brinco cultural de la
Humanidad -aquel que comenzó con la interpretación novedosa y original que, en
su tiempo, Marx y Engels, hicieron de la historia y la sociedad, continuó con
el triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre y finalizó con el
desmembramiento de la Unión Soviética-, los politólogos y filósofos de las
derechas, consagrados al mercado, se apresuraron a proclamar el fin del
“socialismo” –un socialismo que, ciertamente, nunca existió– y con esto el “fin de las ideologías” y hasta el“fin de la historia[4].”
Sin embargo, su adherencia clasista no les permitió dilucidar –tal vez algunos
lo dilucidaron pero no podrían aceptarlo-, el hecho irrefutable que la
Humanidad, en el lapsus de ciento y tantos años entre la publicación de El Capital y la disolución del Soviet
Supremo de la URSS, había cambiado para siempre sus paradigmas de justicia,
derecho y equidad sociocultural. El triunfo de la Gran Revolución Socialista de
Octubre demuestra prácticamente, por vez primera en la historia, que al menos se
pueden invertir las relaciones de poder entra la minoría y la mayoría a favor
de los explotados.
La revolución proletaria alfabetiza al humilde,
lo intelectualiza, lo convierte en científico, ingeniero, maestro, obrero
altamente calificado; le da la oportunidad de desarrollar sus inquietudes
creativas, sus habilidades artísticas… Pero la ideologética de los soviéticos los
llevó a considerar que todas estas oportunidades tendrían que generar una
plusvalía, no en términos de la ganancia financiera capitalista, sino en el de
ganancia ideo-política en aras de la preservación en el poder de ese gobierno,
cuya misión eraprecisamente hacer perdurable la revolución proletaria. El
ejercicio de la dictadura del proletariado se restringió, en definitiva, a la
administración politizada de los medios y las fuerzas productivos, más la
riqueza así obtenida, en función de la sobrevivencia del Estado en un ambiente
socio-político mundial hostil determinado por relaciones de producción
capitalista.
Puesto que
no suele haber Estado –ni gobernabilidad de ese Estado sin liderazgo–, el
primer cometido de la ideologética en el socialismo es la alzadura del líder[5] en cada
esfera de influencia, desde el auténtico líder clasista ideo-político –Lenin,
Ho Chi Min, Mao Tse, Fidel Castro, Hugo
Chávez–, que alcanza su estatura moral por méritos propios de quiénes guían
pueblos y conducen profundas revoluciones, hasta lidercillos hereditarios al
estilo de Stalin, Jruschev y Erick Honneker. La ideologética mitifica el
liderazgo no sólo en la macro-instancia de una nación, sino en la
micro-instancia de una provincia, una municipalidad, una fábrica, el aula o el
barrio.
Esta
disonancia –disidencia-, entre la pretensión estatal de homologar las
manifestaciones del liderazgo, convirtiéndolas en “ideología oficial”, con la
proyección social de la ideación del individuo en la masa, configura relaciones
de doble moral, simulación
institucional, oportunismo de los que,
en realidad, no comparten la ideología del grupo ejercitante del poder, pero se
acomodan a los estatutos preponderantes.
Ernesto Guevara, en su obra futurista El socialismo y el hombre en Cuba[6], esboza el siguiente problema: Se corre el peligro de que los árboles
impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la
ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como
célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca,
etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras de
recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces
y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto,
la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de
la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base
material hay que hacer al hombre nuevo.[7]
Pero la certeza de que es posible el fomento de un Ser Humano
pleno social y espiritualmente –el Hombre Nuevo definido por Ernesto Guevara-,
se distorsiona con el intento pro-soviético de homogeneizar la espiritualidad,
inherente a la ideación individual, con la ideología, resultante de la ideación
social. Cuando se le adjudica a la creación artística el rol de instrumento
ideo-político en pos de la perdurabilidad estatal, se le dan argumentos a Althousser
y Adorno al considerar la ideología falsa
conciencia, puesto que ningún Estado es objetivamente infalible, esa
infalibilidad sólo es manejable en los predios de la incertidumbre, hay que sostener
en esa infalibilidad por fanatismo o por coerción, que es como no sostenerla. De este modo, la contradicción antagónica
ortodoxa entre poseídos y desposeídos –propia de todos los sistemas sociales
anteriores a la construcción socialista-, muta en contradicción antagónica
entre la naturaleza individualista humana –y aquí individualista no está usada
peyorativamente sino en el sentido de la espiritualidad-, y la urgencia de
unidad y cohesión clasista en aras de la supervivencia en un mundo cuyas
relaciones de producción capitalistas predominantes
son contrapuestas a esa construcción socialista: individualidad versus
ideología.
La
construcción socialista del siglo XX
basó además su proyección política, –anti-marxistamente, pudiéramos
decir-, en el único axioma que Althousser no trata de refutarle o
“enriquecerle” al marxismo, o sea que las ideas de una sociedad
son siempre las ideas de la clase dominante. La colectivización forzosa
soviética, la represión de cualquier forma de manifestación cultural occidental
en China, la aplicación cubana de la consigna la universidad sólo para los revolucionarios en el contexto del
quinquenio gris, excluyente en la praxis del individuo no por distinción de
clase, sino por distinciones que iban desde la orientación sexual hasta las
creencias religiosas, estaban negando el marxismo y demerita en la praxis su
potencial como doctrina transformadora, al pretender reprimir ideas y
manifestaciones de esas ideas que, vistas a escala social, pertenecian a los
fundamentos socioculturales de la clase que pretendían sustentar y defender, o
sea, del propio proletariado.
O cabría
plantearnos el problema desde un ángulo diametralmente opuesto: ¿Fue la Gran
Revolución Socialista de Octubre una Revolución proletaria o el violento
reacomodo social de sectores intelectuales emergentes, de herencia burguesa,
una vez que las masas humildes derrocaron el zarismo? ¿Fue la rebelión en Cuba
contra el dictador Fulgencio Batista una revolución típicamente proletaria, de
carácter clasista, o fue una sacudida nacionalista con la participación en
mayor o menor medida de todas las clases y estamentos a excepción de la oligarquía
corrupta?
¿Podría, por ejemplo, pretenderse que en la Cuba de
los años setenta, heredera de casi quinientos años de colonialismo impuesto por
una potencia católica, la mayoría de la clase proletaria no tuviera alguna
creencia religiosa y asumiera el materialismo dialéctico en toda su
profundidad? Lo mismo que el campesinado ruso estaba sumido en una precaria
involución cultural en 1917, el obrero cubano de 1959 vivía en la marginalidad
y el atraso, excepto, precisamente, una minoría que habían podido ganar un poco
más y estudiar y “formarse” bajo los preceptos de los aparatos ideológicos
capitalistas.
De modo que no pueden confundirse las contradicciones
peculiares entre los intereses sociales
de los grupos conformantes de una nación con la contradicción antagónica
clasista: burguesía versusproletariado. La contradicción antagónica entre
dictadura y proletariado tiene carácter sistémico, global, supera las fronteras
de los países y los continentes, y no será hasta la eliminación de esos fatuos
bordes, como resultado de la consagración capitalista, que podrá ser superada dialécticamente. Las
otras contradicciones son sus componentes a escala particular, y
particularmente han de resolverse o dirimirse en el ámbito de las naciones
según las peculiaridades socioculturales de cada una de ellas.
La interpretación ideo-política vulgar del marxismo
condujo al sesgo programáticode que era posible “exportar” o “importar” las
revolucionespretendidamente socialistas, sin que las condiciones
socioculturales estuvieran creadas y sin el imprescindible proceso de concienciación
determinante para la forja de una ideología de clase. Los líderes del Partido
Socialista Popular[8]
en Cuba, discípulos en su mayoría del Komitern,
hacia el triunfo de la Revolución en 1959 estaban permeados por tales
concepciones ideologéticas[9].Lo
cierto es que el modelo práctico más contundente de cómo debía hacerse una
revolución lo tenían en la Unión Soviética, una Unión Soviética que ya había pasado
por los horrores y los extremos de Stalin, y había vencido las hordas fascistas.
Otra formación ideo-política, sin embargo, poseería
quien –en definitiva- se erigiría líder del proceso revolucionario cubano. No
puede afirmarse que Fidel Castro fuera el típico representante de la clase
proletaria, tampoco era un campesino de esos que habían sufrido el tiempo
muerto y los desalojos, por el contrario, era hijo de un emigrado español que,
a fuerza de tesón y trabajo, había llegado a convertirse en un terrateniente
aunque sin llegar a ser latifundista. La formación familiar de Fidel ysu
instinto de rebeldía contra todo aquello que le pareciera contrario a su
sentido de lo justo, forjado desde su infancia, junto a la influencia
determinante en él de la tradición libertaria reinante en la Universidad de La
Habana y las lecturas juveniles de Marx, Engels y Lenin, le desarrollaron una
irrevocable vocación política en la cual los desposeídos serían su medio y su
fin =revolución de los humildes, con los
humildes y para los humildes- lo cual, más temprano que tarde, excluiría a
los estamentos o grupos que él considerara fuera de esa entidad.
Fueron sus
vivencias, unida, eso sí, al conocimiento de la Historia que lo puso en
contacto con la ética martiana, la lucidez política y el coraje acompañado de
un poco de suerte, incluso, lo que le confirió a Fidel una enorme autoridad
moral en Cuba. De modo que podría decirse que en la d;ecada del sesenta del
siglo XX, Fidel Castro est;a
autoconvencido de que posee una conciencia
de clase proletaria, configurada por la eticidad martiana, que le debió
conducir su capacidad de análisis a la identificaci;on de la contradicción
política existente entre la inclusión inherente del ideario martiano y la
exclusión inherente a la dictadura del proletariado enfáticamente defendida por
los líderes del Partido Socialista Popular.
He aquí que nos encontramos a un Fidel, líder de una
Revolución inédita en el hemisferio occidental, situado en la encrucijada entre
la aplicación “manualista” de los métodos del Komitern¸ aprendidos por los líderes del PSP, y la aplicación
creativa de un programa político basado, además, en el pensamiento humanístico
de los próceres independentistas cubanos y el acervo de una intelectualidad de
izquierda heterogénea y diversa, cuyo eje unificador estaba en la defensa de la
soberanía nacional y la causa de los desposeídos.
¿Cómo conciliar entonces el Martí de con todos y para el bien de todos con
la dictadura del proletariado en un contexto nacional en el que la pequeña y
mediana burguesía –siguiendo sus propios intereses, claro está-, había cerrado
filas con los campesinos, los estudiantes
y los obreros para derrotar al tirano? Es muy probable que en eso
pensara Fidel cuando el 8 de enero, tras su entrada triunfal a La Habana,
declarara que lo más difícil estaba por hacer.
En 1961, -en
el contexto de un lamentable pero ineludible desencuentro dentro del ICAIC, la
institución que luego iría a la vanguardia de la lucha contra la ideologética
desde el arte -, el líder de la Revolución Cubana intenta conciliar dentro de
posturas participantes esas contradicciones derivadas de la formación del
intelectual en la burguesía –no intelectual burgués, que conste-, y la
intelectualidad forjada en la lucha por los proletarios, -que tampoco significa
intelectualidad proletaria-. De aquella larga intervención –conocida como Palabras a los intelectuales-, unos y
otros se apropiaron y parapetaron tal vez con la frase más críptica y retórica
de todo su contenido: dentro de la
Revolución todo, contra la Revolución nada, y la convirtieron en consigna
aplicada a conveniencia.
¿Estaba
delineando Fidel un camino para la unidad nacional y la conciliación de las
ideaciones propias de cada uno de los sectores e intereses individuales y
grupales en aras de preservar la Revolución? La obsesión de Fidel Castro por
preservar la unidad de la nación en torno a su soberanía respecto al imperio norteamericano
durante casi medio siglo del ejercicio del poder, me inducen a responder que
sí, que Fidel estaba delineando un camino de conciliación ideológica. Pero la
historia reciente demuestra que la sociedad cubana no estaba preparada para tal
interpretación. Durante más de cuarenta años, unos y otros eludieron la
profundización y el debate ideo-político que la intervención toda precisaba, y
no una fracción lapidaria extraída de ésta, para la consecución de la política
cultural de la Revolución, y se produjo la inevitable confrontación ideológica
interna, alentada sutil y hasta descaradamente desde el exterior.
Apenas dos
años pasan y ya se empieza a poner de manifiesto lo que el sentido común
indicaba a las claras sucedería: un discurso no podía resolver contradicciones
enraizadas por mucho mérito y autoridad que tenga quien lo pronuncie, la probable
brillantez intelectual de un líder político, en si misma, no resuelve las
contradicciones sociales de una nación. Habría que encontrar a personas capaces
de interpretar e implementar aquellas ideas en pos de la unidad, las cuales, evidentemente,
no fueron encontradas, porque no estaban creadas las condiciones psicosociales.
Entonces, durante una polémica establecida entre Blas Roca, líder del entonces Partido Unido de la
Revolución Socialista[10]
y redactor del periódico Hoy, contra
el filósofo y cineasta cubano Alfredo Guevara, presidente del ICAIC, este
último advierte: “la revolución no tiene
interés en forjar, como pudiera hacerlo una nueva iglesia, animales domésticos.
Ese marxismo de los miedos, debemos
decirlo francamente nos repugna, no
es la ideología de la revolución, sería su mortaja. Y refleja en realidad una
profunda desconfianza en el hombre, y aún en la fuerza interna, y en el alcance
de la dinámica interna de la ideología, cuya pureza, con la muerte pretenden
conservar[11]”.
Se plantea entonces la confrontación entre el
pensamiento sectario, heredero de años de coloniaje, neo-coloniaje,
sometimiento ideológico y cabildeo político, contra la interpretación creativa
del marxismo y la orientación ideo-política basada en la consideración del
sujeto en tanto “(…) no es posible
reducir la conciencia, del hombre, al cumplimiento de sus metas diarias. Sólo
avizorando el porvenir, comprendiendo la vida en su conjunto o pretendiendo
comprenderla, el hombre puede encontrar fuerzas para realizarse, superar su
propio ser, y contribuir a que igual fenómeno se produzca en la sociedad en que
vive[12]”.
El más
trascendente desenlace público de ese enfrentamiento irrumpe en 1968, en una circunstancia en la
que, según nos cuenta Ambrosio Fornet: “el país atravesaba entonces un período de tensiones
acumuladas, entre las que sobresalían la muerte del Che, la intervención
soviética en Checoslovaquia (…) la llamada Ofensiva Revolucionaria de 1968 (…)
Sometida al bloqueo económico imperialista, necesitada de un mercado estable
para sus productos (…), Cuba tuvo que definir radicalmente sus alianzas. Hubo
un acercamiento mayor a la Unión Soviética y a los países socialistas europeos”[13].
Esa alianza ideo-política con los soviéticos –ya no
sólo en el orden de la política exterior sino además en la doméstica-, inclina
la balanza de las relaciones con los artistas e intelectuales hacia el camino
de la homologación de la creación artística con la propaganda, el
redimensionamiento ideologético del papel del artista en la nueva sociedad en
construcción. Aquel cuya obra no se prestara para tales propósitos, no sería reprimido en tanto no se probara su “salida de la Revolución”, pero
tampoco sería tolerado.
Una de las víctimas,
Antón Arrufat, ubica en las bajas pasiones humanas la causa de su odisea
personal. Casi responsabiliza al sentimiento excesivamente –tal vez
incestuosamente-, maternal de Raquel Revuelta respecto a su hermano Vicente[14],
de la censura y “demonización” de la obra Los
siete contra Tebas. Arrufat especula
acerca de que Vicente Revuelta obraba como un enamorado: defendía la posesión del
objeto de su pasión, y por ello, al no lograr la esperada comunión,
involucró a su hermana, prestigiosa y poderosa en su ámbito, en una cruzada
contra el creador de la criatura a través de la denigración ideo-política de la
criatura misma. Sin cuestionarle la
naturaleza y la intensidad del ardor al escaldado, deduzco por lo menos simplificada la
percepción de Arrufat de que fuera la campaña de desprestigio de los Revuelta
contra Los siete contra Tebas, la
causante del pandemónium represivo desatado contra dos textos premiados en un
concurso de la UNEAC, y con ello, contra la libertad creativa en Cuba. De
hecho, si los Revueltas hubieran encontrado oídos sordos a sus diatribas,
mentes lucidas en las estructuras de poder, respeto por la creación artística
entre los funcionarios responsabilizados con la política cultural de la revolución,
jamás aquella perreta de celo profesional y vanidad hubiera superado el drama
de camerinos. Los Revueltas, quizás sin saberlo, estaban propiciándole, a los
émulos del estalinismo en Cuba, la posibilidad de ejecutar el escarnio, producían el combustible necesario para que
la maquinaria del síndrome de la sospecha, engrasada desde aquella polémica
entre Alfredo Guevara y Blas Roca en 1963, comenzara a funcionar.
Cuando Mario
Rodríguez Alemán arremete contra la película Cecilia de Humberto Solás, en el ICAIC hacen frente común muchos de
los cineastas que en 1961 habían estado de uno u otro lado del debate, superan
conflictos administrativos y estéticos,
y se disponen a defender la cuestión aflorada como de principios para el artista: la libertad creativa,
propósito al cual, incomprensiblemente para los ideologéticos, las nuevas
generaciones de escritores también se alían.
Hacia 1977,
las tensiones acumuladas y el desprestigiode obscenas estructuras ideologéticas,
al estilo del Consejo Nacional de Educación y Cultura, entrelos artistas e
intelectuales, hacen emerger la necesidad de
institucionalizar la creación artística y el reconocimiento social de
ésta. El Informe al Segundo Congreso del Partido –realizado en 1980– muestra el
esfuerzo cuantitativo que se realiza en la creación de una infra-estructura
institucional en el país que, sin embargo, tardaría años en propiciar rupturas
con el dogmatismo pro-soviético predominante en la interpretación de la
política cultural.
En el propio
Informe al Segundo Congreso del Partido, realizado por Fidel Castro en 1980, se
expone lo siguiente: “Es necesario
igualmente hacer más integral todo el trabajo ideológico y utilizar de manera
coherente el Sistema de Educación Política, las formas y métodos de la
propaganda y la agitación, los medios de difusión masiva, las diferentes
manifestaciones de la cultura…”
Tal proyección demuestra la intención de usar
el arte y los medios de comunicación como herramientas ideo-políticas. Aunque
la proyección no significa en si misma un atentado programático a las
libertades creativas, propicia la utilización restrictiva de la obra artística
y las expresiones mediáticas en función de la ideología del grupo en el poder,
y agudiza la contradicción entre individualidad y masa, ideación diversa e
ideación uniforme. En la praxis, expone al artista, al intelectual de cualquier esfera, a la reproducción dogmática
de modelos de pensamiento generados y
modelados desde “arriba”, por lo que resulta
simple y fácil para las estructuras intermedias utilizar burdamente los
medios de difusión exclusivamente en pos de la propaganda y la agitación,
vulgarizar la promoción artística en aras de una especie de consignificación, y
estigmatizar a cualquiera que pretendiera cuestionar ese pretendido
ordenamiento ideológico.
Sin embargo,
los creadores emergentes aparecidos en los años inmediatamente posteriores al
denominado quinquenio gris, debido
quizás a la propia premura de su formación, pronto comenzaron a “renegar” de la
filosofía y la estética de manual recibida en las academias, y se produce una
singular comunión entre aquellos “castigados”, sobrevivientes espirituales de
la “parametración”, y los que, según los pronósticos ideologéticos, tendrían
que negarlos ideo-políticamente.Con todo y los esfuerzos solapados o
manifiestos de intelectuales como Mirtha Aguirre o Mario Rodríguez Alemán, el realismo socialista no puede consagrarse
en Cuba en la creación artística por lo que entonces se refugia en los medios
de comunicación audiovisuales, directamente controlados y supervisados por el
partido comunista, único existente en Cuba.
Desde la
década del sesenta y hasta prácticamente el histórico Quinto Congreso de la Unión Nacional de Escritores
y Artistas de Cuba en 1998, la dirección política de un país enfrentado
a muerte con los mecanismos hegemónicos imperialistas, no encontró otros modos
de obtención de la cohesión social diferentes de la excesiva centralización y la
burocratización administrativa, males que, ya en la década del noventacomenzarían
a enunciarse en los discursos oficialistas pero que se han mantenido en la
praxis hasta nuestros días.
Habrá que
estudiar cuánto ha afectado la ideologética el desarrollo espiritual del cubano
en revolución aun cuando, lejos de amansar la intelectualidad, su aplicación
provocó la búsqueda de alternativas de resistencias ideo-estéticas para las
cuales la precaria institucionalidad de la gestión sociocultural no estaba
preparada. No son pocos los conflictos que todavía se producen –últimamente, se
agudizan- dentro de las propias estructuras estatales entre la interpretación
de la obra por parte de los funcionarios y las intenciones transformadoras del
artista, conflictos que se agudizan en la radiodifusión, como veremos en los
ensayos posteriores de este libro.
[1]Si le extraña esta afirmación, pregúntese qué
es, en esencia, el orgasmo sino la asociación del placer con la satisfacción de
una necesidad biológica.
[2] La
cita la tomé prestada de De los Medios a
las Mediaciones, de Jesús Martín Barbero, quien la encontró en: J. Ortega y Gasset, La rebelión de las masas,
Editorial Espasa- Calpe, S.A., Madrid, 1937.
[3]Leer la obra ya citada de Barbero.
[4]Esto del supuesto fin de la Historia, con todo
y lo que se ha refutado, a mi no me merece el más mínimo análisis. Los
disparates no se analizan teóricamente, disparates son.
[5]No existiría el cristianismo sin
Cristo, los mulsumanes sin Mahoma, el budismo sin Buda; aunque con otros
líderes cambiaran las denominación, el hecho es que cada paradigma se
manifiesta a través de la actuación de sus
líderes, ya que éste es el ser material que porta el paradigma en
cuestión.
[6]La cual fue publicada en Cuba, pero
no ha sido suficientemente dada a conocer ni debatida tal como se merece, en mi
opinión. Tal vez de haberlo hecho, nos hubiéramos ahorrado algunos
extremismos.
[7]Ernesto Che Guevara, El
socialismo y el hombre en Cuba. En: Escritos y discursos, Tomo 8, Editorial
Ciencias Sociales, La Habana, (1977).
[8]Nombre que adoptó en la década del
50 del siglo XX el Partido Comunista de Cuba para, desde la clandestinidad,
burlar la violenta represión del tirano
Fulgencio Batista.
[9]Esta afirmación no pretende demeritar el papel del PSP en las
luchas por las reivindicaciones del proletariado cubano y su enfrentamiento a
tiranías sangrientas desde la de Machado –siendo entonces Partido comunista-,
hasta la de Batista.
[10]Al triunfar la Revolución, había que
unificar las fuerzas de izquierda provenientes fundamentalmente del Directorio
Estudiantil Revolucionario, el Movimiento 26 de Julio y el Partido Socialista
Popular, entonces se crea el Partido Unido de la Revolución Socialista.
[11] Alfredo Guevara, “Alfredo
Guevara responde a las Aclaraciones” En
Hoy- La Habana, miércoles 18 de
diciembre de 1963.
[12]Idem.
[13] Ambrosio Fornet. “El
Quinquenio Gris. Revisitando el término”. En: Dossier La guerrita de los e-mails, paquete de correos electrónicos y
artículos circulados por nuestras computadoras.
[14]Ver Entre bambalinas: Los siete contra Tebas. Entrevista a Antón Arrufat por Jesús J. Barquet
publicada en la edición homenaje de Los siete contra Tebasrealizada por
Ediciones Alarcos en el 2007 .
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