domingo, 13 de octubre de 2013

Nosotros, Robots (Tomado de mi libro IDEOLOGÉTICA DE LA RADIO EN CUBA)



La llamarada de un gigantesco sol había dado paso a la suave oscuridad del espacio, pero las variaciones externas significan poco en la labor de comprobar las actuaciones de los robots experimentales. Cualquiera que sea el fondo de la cuestión, uno se encuentra frente a frente con un inescrutable cerebro positónico que, según los genios de la ciencia, tiene que obrar de esta u otra forma.
                                     Isaac Asimov.
El desarrollo de la Humanidad ha sido también el desenlace de la lucha incesante de individuos, castas, clases y sociedades por alcanzar la seguridad y el placer.
Buda reconoció en el intento de satisfacción del deseo –o sea, la búsqueda del placer-, la causa de lo que lo que Satré denominó, en el siglo XX, la angustia existencial del Ser Humano. En el budismo –doctrina filosófica transformada en religión-, el  nirvanaes el camino a la iluminación bajo los mandatos de una auto-disciplina inhibidora del deseo que aísla al individuo de cualquier condicionamiento externo y lo lleva a un estado de total inmovilismo psicosocial pues restringe la realización personal al equilibrio interior de la mente, y desdeña la interacción con otros seres humanos.Parece ser el budismo un intento de resolver la contradicción  entre ideación imaginal e ideación racional. En aposición –y con el mismo fin-, en la Edad Media los sistemas filosóficos occidentales apostaron por la subjetividad, tanto, que el escolasticismo convirtió las ideas aristotélicas en nimia retórica ilusoria. Los sistemas mágicos-religiosos africanos, -tan “ramplonizados” por los medios eurocéntricos-, producen  prohibiciones y tabúes resultantes de la ideación imaginal generadora de un “mundo otro” de divinidades y su interrelación con la ideación racional a través de la cual las tribus africanas transformaban la Naturaleza a su favor con la caza y la recolección agrícola.
Lo mismo que la religión, el resto de las dimensiones de la cultura, entiéndase: el arte, la tecnología, la ciencia… una vez surgida La Humanidad, condicionan  las relaciones sociales a través del establecimiento de procesos comunicativos. Cualquiera liturgia es, a la vez, fenómeno de interacción a escala simbólica, acto comunicativo, lo mismo que toda obra artística e, incluso, los descubrimientos científicos y sus aplicaciones tecnológicas en tanto su potencial referativo. Sólo la especialización y el propio desarrollo cultural han propiciado la interpretación fragmentada de un proceso que desde sus orígenes conforma una misma supra-estructura, y que los dimes y diretes académicos en el largo y tortuoso camino de la investigación, han encabalgado en clasificaciones epistemológicas.
Pero si toda harina posee las mismas cualidades esenciales, aquella envasada en costal húmedo servirá mejor para ciertos manjares a diferencia de la envasada en costal seco. Si erróneo ha sido el propósito de  desmenuzar el estudio de la comunicación en fracciones capitalizadas desde la semiótica, la psicología, la antropología… alejados de la necesaria perspectiva estructuralista,   catastrófico ha resultado el precepto político de convertir aquello inherente a la condición humana en esperpento ideo-clasista, y casi siempre el individuo mínimamente suyo, al cantar de Silvio Rodríguez, ha sido el ente sacrificado.
Es cierto: el propio hecho de que hayamos sobrevivido, nosotros, esta inobjetable Humanidad de nuestros días, demuestra lo absurdo de la aspiración de convertir la aptitud comunicativa, la riqueza cultural gracias a ella emanada, en instrumentos de sujeción con la exterminación espiritual contra quienes articulen ideaciones diversas o contrarias. Sin embargo, el siglo XXI parece ponernos ante la certeza de una desmesurada eclosión cultural, y de un abismo nunca antes visto entre poseedores y desposeídos, manipuladores y manipuladores, que lo hace a uno dudar, preguntarse hasta cuándo podremos distender la cuerda entre nuestra natural tendencia a la dominación y nuestra vocación de no ser dominados.
El linaje humano,  con la interrelación social, busca  estados de satisfacción en la proyección de su  individualidad, lo cual no debería ser reprochable excepto cuando esa proyección vaya en detrimento del derecho del otro, o los otros, a vivir y desarrollarse en condiciones similares.
Así, por ejemplo: los griegos antiguos veneraron la palabra  lógica y se delectaron ante equidistancia y la armoníaplástica, sin  dejar de castigar a sus esclavos, por supuesto. Los romanos cultivaron  la violencia voluptuosa del ejercicio del poder típica del imperialismo aún con la sabiduría de Adriano.  Junto con la veneración por las formas equilibradas de Miguel Ángel y  la perspectiva misteriosamente sensual de Da Vinci, los príncipes renacentistas desataron sus orgías de sangre y veneno. Con el asombro por la esplendorosa noche de inauguración de los  Juegos Olímpicos de Beijing, se disimulaba el chirrido de los tanques sobre Osetia. Y en cada uno de estos actos,  siempre la motivación ha sido la misma: la búsqueda de la seguridad de una buena mesa después del trabajo, el placer de un orgasmo luego de la angustia del enamoramiento o la soledad, el sueño reconfortante posterior al agotamiento: el trueque de la angustia  por el placer.
El origen de tal conmutación se ha perdido tras milenios de encontronazos ambientales: desventaja física, dolor, mutilación corporal por el choque contra objetos más contundentes, hambre, frío en un marco de contradicciones sociales inmanentes a la búsqueda de la supremacía: guerras, luchas por el poder, humillación, impiedad, complejos de inferioridad, explotación. Tal trueque del dolor en placer es únicamente la génesis de un proceso complejizado por la vida en sociedad y el desarrollo cultural, tal como hemos analizado en nuestro ensayo anterior.
 La combinación de ambos factores –los de carácter neuro-psíquico y los de carácter sociocultural- ha generado marcas de sufrimiento y goce registradas a escala cromosómica, la huella bioquímica de billones de sensaciones agradables y desagradables, y la eclosión de la naturaleza humana en ámbitos histórico-concretos. Se potencian así nuestras exigencias perceptivas, las cuales  adquieren urgencias  hedonistas. He aquí eso que los cristianos llaman “nuestra natural tendencia al pecado”, que es nuestra natural tendencia al bienestar;  tendencia de la única especie animal capaz de asociar la satisfacción de necesidades biológicas con el placer[1].
La ideologética se basa en la tesis de que tales urgencias hedonistas del individuo lo llevan a uniformar su comportamiento en busca del placer, convertirse en masa y como tal invadir  todos los lugares, incluso de los reservados a las minorías creativas[2]”, ya no en términos de contacto social/físico sino sobre todo en términos de contacto mediado[3]. El Estado burgués  entonces desarrolla herramientas manipuladoras que encaucen esa “inundación” de la masa a los dominios de la élite: la industria del entretenimiento, el arte pop, la literatura light, de modo que las necesidades perceptoras de la masa generan ganancia financiera y, por lo tanto, garanticen la superioridad económica de la clase en el poder.
En el otro polo, el axioma ideo-político de la dictadura del proletariado aplicado durante el siglo XX, con la pretensión de negar radicalmente el complejo de valoraciones de la burguesía, arremete también contra valores raigales de la naturaleza humana: el derecho al albedrío y al pensamiento propio,  la expresión honesta de ese pensamiento, el goce estético sin restricciones. El Estado socialista del siglo XX, el cubano incluido, como mecanismo de defensa, desarrolla por su parte herramientas manipuladoras con el objetivo de que esa “inundación” de las masas no ponga en peligro la supuesta infalibilidad estatal, crea un sistema de propaganda que magnifica los peligros –reales-, procedentes del mundo capitalista y disfraza las deficiencias propias al achacarle la responsabilidad a la hostilidad exterior, y omitir cualquier análisis crítico interno que no sea generado por su estamento de poder.
Se deriva entonces, -de la contradicción filosófica entre ideación basada en el conocimiento e ideación basada en la entropíao la incertidumbre- otra contradicción de carácter social entre una ideo-política totalitaria, en la cual la unidad clasista –amenazada por el sistema capitalista mundial- no admite diversidad, y el desarrollo espiritual que la propia auto-ideación de clase en el poder va provocando, o sea: se produce una contradicción entre individualidad y masa., estamento y clase. La historia del siglo XX demuestra que el intento socialista de los soviéticos no llegó a resolver el conflicto siempre subyacente entre la praxis del proletariado en el poder y el albedrío del individuo en la sociedad, al recurrir a mecanismos de sometimientos heredados del capitalismo y a la ideologética.
Malogrado el más reciente brinco cultural de la Humanidad -aquel que comenzó con la interpretación novedosa y original que, en su tiempo, Marx y Engels, hicieron de la historia y la sociedad, continuó con el triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre y finalizó con el desmembramiento de la Unión Soviética-, los politólogos y filósofos de las derechas, consagrados al mercado, se apresuraron a proclamar el fin del “socialismo” –un socialismo que, ciertamente, nunca existió– y con esto el  “fin de las ideologías” y hasta  el“fin de la historia[4].” Sin embargo, su adherencia clasista no les permitió dilucidar –tal vez algunos lo dilucidaron pero no podrían aceptarlo-, el hecho irrefutable que la Humanidad, en el lapsus de ciento y tantos años entre la publicación de El Capital y la disolución del Soviet Supremo de la URSS, había cambiado para siempre sus paradigmas de justicia, derecho y equidad sociocultural. El triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre demuestra prácticamente, por vez primera en la historia, que al menos se pueden invertir las relaciones de poder entra la minoría y la mayoría a favor de los explotados.
La revolución proletaria alfabetiza al humilde, lo intelectualiza, lo convierte en científico, ingeniero, maestro, obrero altamente calificado; le da la oportunidad de desarrollar sus inquietudes creativas, sus habilidades artísticas… Pero la ideologética de los soviéticos los llevó a considerar que todas estas oportunidades tendrían que generar una plusvalía, no en términos de la ganancia financiera capitalista, sino en el de ganancia ideo-política en aras de la preservación en el poder de ese gobierno, cuya misión eraprecisamente hacer perdurable la revolución proletaria. El ejercicio de la dictadura del proletariado se restringió, en definitiva, a la administración politizada de los medios y las fuerzas productivos, más la riqueza así obtenida, en función de la sobrevivencia del Estado en un ambiente socio-político mundial hostil determinado por relaciones de producción capitalista.
 Puesto que no suele haber Estado –ni gobernabilidad de ese Estado sin liderazgo–, el primer cometido de la ideologética en el socialismo es la alzadura del líder[5] en cada esfera de influencia, desde el auténtico líder clasista ideo-político –Lenin, Ho Chi Min,  Mao Tse, Fidel Castro, Hugo Chávez–, que alcanza su estatura moral por méritos propios de quiénes guían pueblos y conducen profundas revoluciones, hasta lidercillos hereditarios al estilo de Stalin, Jruschev y Erick Honneker. La ideologética mitifica el liderazgo no sólo en la macro-instancia de una nación, sino en la micro-instancia de una provincia, una municipalidad, una fábrica, el aula o el barrio.
  Esta disonancia –disidencia-, entre la pretensión estatal de homologar las manifestaciones del liderazgo, convirtiéndolas en “ideología oficial”, con la proyección social de la ideación del individuo en la masa, configura relaciones de doble moral,  simulación institucional,  oportunismo de los que, en realidad, no comparten la ideología del grupo ejercitante del poder, pero se acomodan a los estatutos preponderantes.
Ernesto Guevara, en su obra futurista El socialismo y el hombre en Cuba[6],   esboza el siguiente problema: Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras de recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo.[7]
Pero la certeza  de que es posible el fomento de un Ser Humano pleno social y espiritualmente –el Hombre Nuevo definido por Ernesto Guevara-, se distorsiona con el intento pro-soviético de homogeneizar la espiritualidad, inherente a la ideación individual, con la ideología, resultante de la ideación social. Cuando se le adjudica a la creación artística el rol de instrumento ideo-político en pos de la perdurabilidad estatal, se le dan argumentos a Althousser y Adorno al considerar la ideología falsa conciencia, puesto que ningún Estado es objetivamente infalible, esa infalibilidad sólo es manejable en los predios de la incertidumbre, hay que sostener en esa infalibilidad por fanatismo o por coerción, que es como no sostenerla.  De este modo, la contradicción antagónica ortodoxa entre poseídos y desposeídos –propia de todos los sistemas sociales anteriores a la construcción socialista-, muta en contradicción antagónica entre la naturaleza individualista humana –y aquí individualista no está usada peyorativamente sino en el sentido de la espiritualidad-, y la urgencia de unidad y cohesión clasista en aras de la supervivencia en un mundo cuyas relaciones  de producción capitalistas predominantes son contrapuestas a esa construcción socialista: individualidad versus ideología.
La construcción socialista del siglo XX  basó además su proyección política, –anti-marxistamente, pudiéramos decir-, en el único axioma que Althousser no trata de refutarle o “enriquecerle” al marxismo, o sea que las ideas de una sociedad son siempre las ideas de la clase dominante. La colectivización forzosa soviética, la represión de cualquier forma de manifestación cultural occidental en China, la aplicación cubana de la consigna la universidad sólo para los revolucionarios en el contexto del quinquenio gris, excluyente en la praxis del individuo no por distinción de clase, sino por distinciones que iban desde la orientación sexual hasta las creencias religiosas, estaban negando el marxismo y demerita en la praxis su potencial como doctrina transformadora, al pretender reprimir ideas y manifestaciones de esas ideas que, vistas a escala social, pertenecian a los fundamentos socioculturales de la clase que pretendían sustentar y defender, o sea, del propio proletariado.
 O cabría plantearnos el problema desde un ángulo diametralmente opuesto: ¿Fue la Gran Revolución Socialista de Octubre una Revolución proletaria o el violento reacomodo social de sectores intelectuales emergentes, de herencia burguesa, una vez que las masas humildes derrocaron el zarismo? ¿Fue la rebelión en Cuba contra el dictador Fulgencio Batista una revolución típicamente proletaria, de carácter clasista, o fue una sacudida nacionalista con la participación en mayor o menor medida de todas las clases y estamentos a excepción de la oligarquía corrupta?
¿Podría, por ejemplo, pretenderse que en la Cuba de los años setenta, heredera de casi quinientos años de colonialismo impuesto por una potencia católica, la mayoría de la clase proletaria no tuviera alguna creencia religiosa y asumiera el materialismo dialéctico en toda su profundidad? Lo mismo que el campesinado ruso estaba sumido en una precaria involución cultural en 1917, el obrero cubano de 1959 vivía en la marginalidad y el atraso, excepto, precisamente, una minoría que habían podido ganar un poco más y estudiar y “formarse” bajo los preceptos de los aparatos ideológicos capitalistas.
De modo que no pueden confundirse las contradicciones peculiares  entre los intereses sociales de los grupos conformantes de una nación con la contradicción antagónica clasista: burguesía versusproletariado. La contradicción antagónica entre dictadura y proletariado tiene carácter sistémico, global, supera las fronteras de los países y los continentes, y no será hasta la eliminación de esos fatuos bordes, como resultado de la consagración capitalista,  que podrá ser superada dialécticamente. Las otras contradicciones son sus componentes a escala particular, y particularmente han de resolverse o dirimirse en el ámbito de las naciones según las peculiaridades socioculturales de cada una de ellas.
La interpretación ideo-política vulgar del marxismo condujo al sesgo programáticode que era posible “exportar” o “importar” las revolucionespretendidamente socialistas, sin que las condiciones socioculturales estuvieran creadas y sin el imprescindible proceso de concienciación determinante para la forja de una ideología de clase. Los líderes del Partido Socialista Popular[8] en Cuba, discípulos en su mayoría del Komitern, hacia el triunfo de la Revolución en 1959 estaban permeados por tales concepciones ideologéticas[9].Lo cierto es que el modelo práctico más contundente de cómo debía hacerse una revolución lo tenían en la Unión Soviética, una Unión Soviética que ya había pasado por los horrores y los extremos de Stalin, y había vencido las hordas fascistas.
Otra formación ideo-política, sin embargo, poseería quien –en definitiva- se erigiría líder del proceso revolucionario cubano. No puede afirmarse que Fidel Castro fuera  el típico representante de la clase proletaria, tampoco era un campesino de esos que habían sufrido el tiempo muerto y los desalojos, por el contrario, era hijo de un emigrado español que, a fuerza de tesón y trabajo, había llegado a convertirse en un terrateniente aunque sin llegar a ser latifundista. La formación familiar de Fidel ysu instinto de rebeldía contra todo aquello que le pareciera contrario a su sentido de lo justo, forjado desde su infancia, junto a la influencia determinante en él de la tradición libertaria reinante en la Universidad de La Habana y las lecturas juveniles de Marx, Engels y Lenin, le desarrollaron una irrevocable vocación política en la cual los desposeídos serían su medio y su fin =revolución de los humildes, con los humildes y para los humildes- lo cual, más temprano que tarde, excluiría a los estamentos o grupos que él considerara fuera de esa entidad.
Fueron sus  vivencias, unida, eso sí, al conocimiento de la Historia que lo puso en contacto con la ética martiana, la lucidez política y el coraje acompañado de un poco de suerte, incluso, lo que le confirió a Fidel una enorme autoridad moral en Cuba. De modo que podría decirse que en la d;ecada del sesenta del siglo XX,  Fidel Castro est;a autoconvencido de que posee  una conciencia de clase proletaria, configurada por la eticidad martiana, que le debió conducir su capacidad de análisis a la identificaci;on de la contradicción política existente entre la inclusión inherente del ideario martiano y la exclusión inherente a la dictadura del proletariado enfáticamente defendida por los líderes del Partido Socialista Popular.
He aquí que nos encontramos a un Fidel, líder de una Revolución inédita en el hemisferio occidental, situado en la encrucijada entre la aplicación “manualista” de los métodos del Komitern¸ aprendidos por los líderes del PSP, y la aplicación creativa de un programa político basado, además, en el pensamiento humanístico de los próceres independentistas cubanos y el acervo de una intelectualidad de izquierda heterogénea y diversa, cuyo eje unificador estaba en la defensa de la soberanía nacional y la causa de los desposeídos.
¿Cómo conciliar entonces el Martí de con todos y para el bien de todos con la dictadura del proletariado en un contexto nacional en el que la pequeña y mediana burguesía –siguiendo sus propios intereses, claro está-, había cerrado filas con los campesinos, los estudiantes  y los obreros para derrotar al tirano? Es muy probable que en eso pensara Fidel cuando el 8 de enero, tras su entrada triunfal a La Habana, declarara que lo más difícil estaba por hacer.
En 1961, -en el contexto de un lamentable pero ineludible desencuentro dentro del ICAIC, la institución que luego iría a la vanguardia de la lucha contra la ideologética desde el arte -, el líder de la Revolución Cubana intenta conciliar dentro de posturas participantes esas contradicciones derivadas de la formación del intelectual en la burguesía –no intelectual burgués, que conste-, y la intelectualidad forjada en la lucha por los proletarios, -que tampoco significa intelectualidad proletaria-. De aquella larga intervención –conocida como Palabras a los intelectuales-, unos y otros se apropiaron y parapetaron tal vez con la frase más críptica y retórica de todo su contenido: dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada, y la convirtieron en consigna aplicada a conveniencia.
¿Estaba delineando Fidel un camino para la unidad nacional y la conciliación de las ideaciones propias de cada uno de los sectores e intereses individuales y grupales en aras de preservar la Revolución? La obsesión de Fidel Castro por preservar la unidad de la nación en torno a su soberanía respecto al imperio norteamericano durante casi medio siglo del ejercicio del poder, me inducen a responder que sí, que Fidel estaba delineando un camino de conciliación ideológica. Pero la historia reciente demuestra que la sociedad cubana no estaba preparada para tal interpretación. Durante más de cuarenta años, unos y otros eludieron la profundización y el debate ideo-político que la intervención toda precisaba, y no una fracción lapidaria extraída de ésta, para la consecución de la política cultural de la Revolución, y se produjo la inevitable confrontación ideológica interna, alentada sutil y hasta descaradamente desde el exterior.
Apenas dos años pasan y ya se empieza a poner de manifiesto lo que el sentido común indicaba a las claras sucedería: un discurso no podía resolver contradicciones enraizadas por mucho mérito y autoridad que tenga quien lo pronuncie, la probable brillantez intelectual de un líder político, en si misma, no resuelve las contradicciones sociales de una nación. Habría que encontrar a personas capaces de interpretar e implementar aquellas ideas en pos de la unidad, las cuales, evidentemente, no fueron encontradas, porque no estaban creadas las condiciones psicosociales. Entonces, durante una polémica establecida entre Blas Roca,  líder del entonces Partido Unido de la Revolución Socialista[10] y redactor del periódico Hoy, contra el filósofo y cineasta cubano Alfredo Guevara, presidente del ICAIC, este último advierte: “la revolución no tiene interés en forjar, como pudiera hacerlo una nueva iglesia, animales domésticos. Ese marxismo de los miedos, debemos decirlo francamente nos repugna, no es la ideología de la revolución, sería su mortaja. Y refleja en realidad una profunda desconfianza en el hombre, y aún en la fuerza interna, y en el alcance de la dinámica interna de la ideología, cuya pureza, con la muerte pretenden conservar[11]”.
 Se plantea entonces la confrontación entre el pensamiento sectario, heredero de años de coloniaje, neo-coloniaje, sometimiento ideológico y cabildeo político, contra la interpretación creativa del marxismo y la orientación ideo-política basada en la consideración del sujeto en tanto “(…) no es posible reducir la conciencia, del hombre, al cumplimiento de sus metas diarias. Sólo avizorando el porvenir, comprendiendo la vida en su conjunto o pretendiendo comprenderla, el hombre puede encontrar fuerzas para realizarse, superar su propio ser, y contribuir a que igual fenómeno se produzca en la sociedad en que vive[12]”.
El más trascendente desenlace público de ese enfrentamiento  irrumpe en 1968, en una circunstancia en la que, según nos cuenta Ambrosio Fornet: el país atravesaba entonces un período de tensiones acumuladas, entre las que sobresalían la muerte del Che, la intervención soviética en Checoslovaquia (…) la llamada Ofensiva Revolucionaria de 1968 (…) Sometida al bloqueo económico imperialista, necesitada de un mercado estable para sus productos (…), Cuba tuvo que definir radicalmente sus alianzas. Hubo un acercamiento mayor a la Unión Soviética y a los países socialistas europeos”[13].
Esa alianza ideo-política con los soviéticos –ya no sólo en el orden de la política exterior sino además en la doméstica-, inclina la balanza de las relaciones con los artistas e intelectuales hacia el camino de la homologación de la creación artística con la propaganda, el redimensionamiento ideologético del papel del artista en la nueva sociedad en construcción. Aquel cuya obra no se prestara para tales propósitos, no  sería reprimido en tanto no  se probara su “salida de la Revolución”, pero tampoco sería tolerado.
Una de las víctimas,  Antón Arrufat, ubica en las bajas pasiones humanas la causa de su odisea personal. Casi responsabiliza al sentimiento excesivamente –tal vez incestuosamente-, maternal de Raquel Revuelta respecto a su hermano Vicente[14], de la censura y “demonización” de la obra Los siete contra Tebas.  Arrufat especula acerca de  que Vicente Revuelta obraba como un enamorado: defendía la posesión del objeto de su pasión, y por ello, al no lograr la esperada comunión, involucró a su hermana, prestigiosa y poderosa en su ámbito, en una cruzada contra el creador de la criatura a través de la denigración ideo-política de la criatura misma. Sin cuestionarle  la naturaleza y la intensidad del ardor al escaldado,  deduzco por lo menos simplificada la percepción de Arrufat de que fuera la campaña de desprestigio de los Revuelta contra Los siete contra Tebas, la causante del pandemónium represivo desatado contra dos textos premiados en un concurso de la UNEAC, y con ello, contra la libertad creativa en Cuba. De hecho, si los Revueltas hubieran encontrado oídos sordos a sus diatribas, mentes lucidas en las estructuras de poder, respeto por la creación artística entre los funcionarios responsabilizados con la política cultural de la revolución, jamás aquella perreta de celo profesional y vanidad hubiera superado el drama de camerinos. Los Revueltas, quizás sin saberlo, estaban propiciándole, a los émulos del estalinismo en Cuba, la posibilidad de ejecutar el escarnio,  producían el combustible necesario para que la maquinaria del síndrome de la sospecha, engrasada desde aquella polémica entre Alfredo Guevara y Blas Roca en 1963, comenzara a funcionar.
Cuando Mario Rodríguez Alemán arremete contra la película Cecilia de Humberto Solás, en el ICAIC hacen frente común muchos de los cineastas que en 1961 habían estado de uno u otro lado del debate, superan conflictos administrativos y  estéticos, y se disponen a defender la cuestión aflorada como de principios  para el artista: la libertad creativa, propósito al cual, incomprensiblemente para los ideologéticos, las nuevas generaciones de escritores también se alían.
Hacia 1977, las tensiones acumuladas y el desprestigiode obscenas estructuras ideologéticas, al estilo del Consejo Nacional de Educación y Cultura, entrelos artistas e intelectuales, hacen emerger la necesidad de  institucionalizar la creación artística y el reconocimiento social de ésta. El Informe al Segundo Congreso del Partido –realizado en 1980– muestra el esfuerzo cuantitativo que se realiza en la creación de una infra-estructura institucional en el país que, sin embargo, tardaría años en propiciar rupturas con el dogmatismo pro-soviético predominante en la interpretación de la política cultural.
En el propio Informe al Segundo Congreso del Partido, realizado por Fidel Castro en 1980, se expone lo siguiente: “Es necesario igualmente hacer más integral todo el trabajo ideológico y utilizar de manera coherente el Sistema de Educación Política, las formas y métodos de la propaganda y la agitación, los medios de difusión masiva, las diferentes manifestaciones de la cultura…
 Tal proyección demuestra la intención de usar el arte y los medios de comunicación como herramientas ideo-políticas. Aunque la proyección no significa en si misma un atentado programático a las libertades creativas, propicia la utilización restrictiva de la obra artística y las expresiones mediáticas en función de la ideología del grupo en el poder, y agudiza la contradicción entre individualidad y masa, ideación diversa e ideación uniforme. En la praxis, expone al artista, al intelectual de  cualquier esfera, a la reproducción dogmática de modelos de pensamiento generados  y modelados desde “arriba”, por lo que resulta  simple y fácil para las estructuras intermedias utilizar burdamente los medios de difusión exclusivamente en pos de la propaganda y la agitación, vulgarizar la promoción artística en aras de una especie de consignificación, y estigmatizar a cualquiera que pretendiera cuestionar ese pretendido ordenamiento ideológico.
Sin embargo, los creadores emergentes aparecidos en los años inmediatamente posteriores al denominado quinquenio gris, debido quizás a la propia premura de su formación, pronto comenzaron a “renegar” de la filosofía y la estética de manual recibida en las academias, y se produce una singular comunión entre aquellos “castigados”, sobrevivientes espirituales de la “parametración”, y los que, según los pronósticos ideologéticos, tendrían que negarlos ideo-políticamente.Con todo y los esfuerzos solapados o manifiestos de intelectuales como Mirtha Aguirre o Mario Rodríguez Alemán, el realismo socialista no puede consagrarse en Cuba en la creación artística por lo que entonces se refugia en los medios de comunicación audiovisuales, directamente controlados y supervisados por el partido comunista, único existente en Cuba.
Desde la década del sesenta y hasta prácticamente el histórico Quinto Congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba en 1998, la dirección política de un país enfrentado a muerte con los mecanismos hegemónicos imperialistas, no encontró otros modos de obtención de la cohesión social diferentes de  la excesiva centralización y la burocratización administrativa, males que, ya en la década del noventacomenzarían a enunciarse en los discursos oficialistas pero que se han mantenido en la praxis hasta nuestros días.
Habrá que estudiar cuánto ha afectado la ideologética el desarrollo espiritual del cubano en revolución aun cuando, lejos de amansar la intelectualidad, su aplicación provocó la búsqueda de alternativas de resistencias ideo-estéticas para las cuales la precaria institucionalidad de la gestión sociocultural no estaba preparada. No son pocos los conflictos que todavía se producen –últimamente, se agudizan- dentro de las propias estructuras estatales entre la interpretación de la obra por parte de los funcionarios y las intenciones transformadoras del artista, conflictos que se agudizan en la radiodifusión, como veremos en los ensayos posteriores de este libro.


[1]Si  le extraña esta afirmación, pregúntese qué es, en esencia, el orgasmo sino la asociación del placer con la satisfacción de una necesidad biológica.

[2] La cita la tomé prestada de De los Medios a las Mediaciones, de Jesús Martín Barbero, quien la encontró en:  J. Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Editorial Espasa- Calpe, S.A., Madrid, 1937.
[3]Leer la obra ya citada de Barbero.
[4]Esto del supuesto fin de la Historia, con todo y lo que se ha refutado, a mi no me merece el más mínimo análisis. Los disparates no se analizan teóricamente, disparates son.
[5]No existiría el cristianismo sin Cristo, los mulsumanes sin Mahoma, el budismo sin Buda; aunque con otros líderes cambiaran las denominación, el hecho es que cada paradigma se manifiesta a través de la actuación de sus  líderes, ya que éste es el ser material que porta el paradigma en cuestión.
[6]La cual fue publicada en Cuba, pero no ha sido suficientemente dada a conocer ni debatida tal como se merece, en mi opinión. Tal vez de haberlo hecho, nos hubiéramos ahorrado algunos extremismos. 
[7]Ernesto Che Guevara, El socialismo y el hombre en Cuba. En: Escritos y discursos, Tomo 8, Editorial  Ciencias Sociales, La Habana, (1977).
[8]Nombre que adoptó en la década del 50 del siglo XX el Partido Comunista de Cuba para, desde la clandestinidad, burlar  la violenta represión del tirano Fulgencio Batista.
[9]Esta afirmación  no pretende demeritar el papel del PSP en las luchas por las reivindicaciones del proletariado cubano y su enfrentamiento a tiranías sangrientas desde la de Machado –siendo entonces Partido comunista-, hasta la de Batista.
[10]Al triunfar la Revolución, había que unificar las fuerzas de izquierda provenientes fundamentalmente del Directorio Estudiantil Revolucionario, el Movimiento 26 de Julio y el Partido Socialista Popular, entonces se crea el Partido Unido de la Revolución Socialista.
[11] Alfredo Guevara, “Alfredo Guevara responde a las Aclaraciones” En Hoy- La Habana, miércoles 18 de diciembre de 1963.
[12]Idem.
[13] Ambrosio Fornet. “El Quinquenio Gris. Revisitando el término”. En: Dossier La guerrita de los e-mails, paquete de correos electrónicos y artículos circulados por nuestras computadoras. 
[14]Ver Entre bambalinas: Los siete contra Tebas. Entrevista a Antón Arrufat por Jesús J. Barquet publicada  en la edición homenaje de Los siete contra Tebasrealizada por Ediciones Alarcos en  el 2007 .

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