El Girovagante teme al poder de la
palabra.
En esta masa informe llamada pueblo,
el Girovagante ha sido educado al compás del metrónomo en la restricción y la tontisemia
reduccionista, el escarpelo ideo-político y la catarsis colectivizante.
Lo primero que me advirtió su
esposa, con quien tuve un contacto informal exploratorio, fue que al
Girovagante hay que hacerle preguntas simples sin el más mínimo resquicio a la
pluralidad porque, sin importar la cantidad de neuronas que pueda tener,
aferrado a su espíritu ahorrativo, el tipo sólo se permitirá el uso de dos o
tres para responderte. Su esposa también me ha confesado que, en aras de la
buena comunicación, no use palabras como “libertad”,
por ejemplo, que le espanta si se trata de respetar la
ajena, o “democracia”, que suele sobresaltarle. Me ha contado
que “participación” le produce
impotencia y “diversidad” podría ponerlo al borde de un colapso de su
identidad sexual.
“Cualquier comemierda publica un
libro en este país”, me suelta de saludo el Girovagante. Me invita a sentar
frente al buró sintético con ribetes de modernidad, tapizado con un cristal
bajo cuya transparencia apresa sus planes de trabajo, las reuniones de sistema
y las directrices.
“La Revolución ha sido tan magnánima con los
llamados intelectuales que cualquier advenedizo, sin formación universitaria ni
cultura política, intenta sacar los ojos a la obra suprema que le ha dado luz”.
¿A su madre?, quisiera preguntarle,
pero no me parece un buen comienzo.
Está vestido con prendas demasiado
fosforescentes, creo, dado que su principal deber es contribuir al triunfo
proletario, y se mueve semi-flácido como pene en coito protegido con una prostituta altamente profesional: preciso
y sin pasión, el coito claro.
Su oficina: ordenada, pulcra y bien
climatizada, muestra en las paredes cuatro fotografías propagandísticas que me
ubican rápidamente en los paradigmas que el Girovagante espera asociemos con su comportamiento laboral y personal.
“Hay quienes se dedican a criticar a
los dirigentes porque son incapaces de brillar por si mismos como escritores”,
comenta sin que aun éste entrevistador haya abierto la boca. Sonríe y se
acomoda los ricitos de oro, al estilo Matojo, aunque con un gesto casi
afeminado que nada tiene que ver con el personaje de caricatura.
“Yo vine aquí porque me dieron una
misión, una tarea, y he sido formado para cumplir disciplinadamente cualquier
misión que se me encomiende. Mañana puedo estar en otro lugar, incluso puedo
estar en un aula impartiendo clases de lo que
me gradué en la Universidad, no tengo ningún aferramiento a este puesto”
¿Qué tiempo usted impartió clases
después de graduado en la Universidad? Al fin logro pronunciar la primera
interrogante…
“Tiempo, no. Ni un minuto. Sólo
impartí clases en los ejercicios de exámenes, y a veces ni en esos ejercicios,
porque siempre andaba ocupado en asuntos de mi vida como dirigente estudiantil,
pero estoy dispuesto a ir a un aula o adonde se decida…”
¿Lo decida? ¿Quién lo decida?
“El país, por supuesto”.
O sea… ¿Usted convocará un referéndum para que la
gente vote si usted se dedica o no a lo que estudió en la Universidad…? Le
sugiero, y el Girovagante lanza una carcajada,
se arrellana en la silla giratoria y me mira como el juez al condenado:
“Tú sabes a quiénes me refiero”.
No, no lo sé, la verdad, le respondo
mientras levanta el auricular del teléfono y marca un número… Cuando usted dice
“el país” –agrego-, pienso en una metáfora geográfica de todos los cubanos que
viven en la isla parecida al caimán. Otra cosa sería “la nación”, o sea: todos
los cubanos vivan donde vivan y sus aportaciones culturales, creo yo.
Ante mi andanada, el Girovagante
mira al vacío, a un punto intermedio entre la infinitud de la materia (que ni
se crea ni se destruye) y la espiral del silencio. Espera que alguien le
responda al otro lado de la línea, cuelga, y se me encara como quien escruta.
Decido pasar a la ofensiva y le pregunto cuándo descubrió su extraordinaria
vocación para liderar procesos políticos o administrativos…
“Bueno, el problema es que yo no
lograba aprender a leer ni a escribir a pesar de haber llegado al cuarto grado
por mi buena conducta y participación en todas las tareas, así que la maestra,
como incentivo, me entregó una libreta
para anotar a los que llegaban tarde al matutino o hablaban en la fila hacia el
comedor del semi-internado”.
¿Y logró aprender a leer y a
escribir?
“Sí, pero nunca libros ni letras de
imprenta, sólo anotaciones hechas en cursiva” “Después, como jefe de colectivo,
realicé una encomiable labor en la búsqueda y captura de comedores de guayaba,
y demás está decir que desde entonces participé activamente en actos políticos
y desfiles conmemorativos”.
¿Cómo espera enfrentar su nueva
tarea en el Gobierno Municipal?
“Pensando todo en las decisiones del
país, las directrices del partido y las orientaciones del gobierno provincial”…
¿Y el pueblo, la gente de la
comunidad? ¿No pensará en ellos?
Justo cuando se inclina hacia
adelante para comenzar a responder, el teléfono suena, el Girovagante me da la
espalda y habla con alguien. Se vuelve. Está más colorado que un tomate
putrefacto, y es él entonces quien pregunta…
“¿Y a ti quién cojones te mandó a
entrevistarme, porque ya me avisaron de que no perteneces a ningún órgano de
prensa autorizado?”
Comprendo que ha terminado la
entrevista.