"A mi no me interesa la cultura, lo que hace falta en este lugar es una
buena venta", le dice la directora provincial de cultura de Santiago de
Cuba, Tania Fernandez Chaveco, al legendario cantante José Armando
Garzón. El "Angel Negro de la Voz Aterciopelada" rememora, no sin un
soplo de amargura, la época en que hizo dúo con su amigo Pablo Milanés, y
cómo: "lo que me vino encima por parte de los funcionarios fue un
vendaval, después que Pablito me dedicara un concierto en el Heredia
junto a Angel Bonne, Fátima Patterson y Electo Silva".
Conversamos,
Garzón, un actor y locutor aficionado que antes fuera mecánico de
aviación llamado Tomás, dos cubanas residentes en Italia y yo, en una
hermosa casa a unos metros de la granjita Siboney y el museo de la
guerra cubano-hispanoamericana.
Les cuento del Santiago de Cuba de
mi niñez, cuando mis padres me llevaban a la consulta del doctor Marcos
Cuesta por mi alergia, la misma alergia que apenas me da sosiego
mientras Tomás recita versos de la nicaragüense Gioconda Belli, Garzón
interpreta Quiero Hablar Contigo, de Carlos Puebla, y resuena el poema
15 de Neruda. La misma que alergia que me molestaba aquella madrugada a
flor de la Bahía, con el entrañable Ado Sam, Yasmina Iglesias Nuevo
y el pequeño gran realizador Guille, mientras nos llegaban los arpegios
de una guitarra, trovadoresca, enamorada, terca, que no necesitaba
cerveza "Bucanero" ni sorbos de "cristal", ni "un aparato tonto lanzando
espuma a unos cuantos jóvenes tal vez sin cerebro".
Sí, he vuelto
a Santiago de Cuba cinco años después del embate del huracán Sandy,
cuando se sentía el dolor en forma de alarido, porque así lloran los
nagües irredentos de la ciudad heroica, sea cual sea la adversante
condición del avatar.
Ahora las calles hermosean orgullosas su
renacimiento. Un heroico bombero centellea un "Viva Cuba Libre" y hace
malamares entre la indisciplina víal de los motoristas y un vehículo de
minas porque: "Viva Cuba Libre, compay, un vehículo de minas por la
ciudad... Te das cuenta de que aquí to el mundo hace lo que le da la
gana? Y después hay quien dice que no somos libres".
Y se ríe.
"Es que acaso la ciudad es sólo sus edificaciones, sus calles
extraordinariamente limpias, sus ómnibus nuevos con sus propagandas
ideológicas? O la ciudad es mucho más?" Me comenta el actor y dramaturgo
Agustín Quevedo, frente a la vista de su apartamento en Versalles,
mientras habla con nostalgia de los tiempos donde no había teatros
cerrados, ni cines opacos por el reguetón y las fiestas del Hallowen.
Y yo pienso en José Armando Garzón, y de como la vida me ha dado el
privilegio de escucharlo, transgredido aquel viejo disco de aquella
EGREM, no de ésta EGREM que "parece preocuparse más por vender basura
consumista que por defender la música cubana".
Cae la tarde y las
montañas de La Maestra cierran sus laderas a la luna. Me doy cuenta que
quizás bastaron cinco años para recuperar la caparazón después de la
tormenta. Cuántos años habrá de demorar en recuperarse el alma?
Ahí estará la gran piedra en espera de la respuesta.
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