viernes, 4 de noviembre de 2016

Santiago de Cuba y la adversante condición de su avatar.

"A mi no me interesa la cultura, lo que hace falta en este lugar es una buena venta", le dice la directora provincial de cultura de Santiago de Cuba, Tania Fernandez Chaveco, al legendario cantante José Armando Garzón. El "Angel Negro de la Voz Aterciopelada" rememora, no sin un soplo de amargura, la época en que hizo dúo con su amigo Pablo Milanés, y cómo: "lo que me vino encima por parte de los funcionarios fue un vendaval, después que Pablito me dedicara un concierto en el Heredia junto a Angel Bonne, Fátima Patterson y Electo Silva".
Conversamos, Garzón, un actor y locutor aficionado que antes fuera mecánico de aviación llamado Tomás, dos cubanas residentes en Italia y yo, en una hermosa casa a unos metros de la granjita Siboney y el museo de la guerra cubano-hispanoamericana.
Les cuento del Santiago de Cuba de mi niñez, cuando mis padres me llevaban a la consulta del doctor Marcos Cuesta por mi alergia, la misma alergia que apenas me da sosiego mientras Tomás recita versos de la nicaragüense Gioconda Belli, Garzón interpreta Quiero Hablar Contigo, de Carlos Puebla, y resuena el poema 15 de Neruda. La misma que alergia que me molestaba aquella madrugada a flor de la Bahía, con el entrañable Ado Sam, Yasmina Iglesias Nuevo y el pequeño gran realizador Guille, mientras nos llegaban los arpegios de una guitarra, trovadoresca, enamorada, terca, que no necesitaba cerveza "Bucanero" ni sorbos de "cristal", ni "un aparato tonto lanzando espuma a unos cuantos jóvenes tal vez sin cerebro".
Sí, he vuelto a Santiago de Cuba cinco años después del embate del huracán Sandy, cuando se sentía el dolor en forma de alarido, porque así lloran los nagües irredentos de la ciudad heroica, sea cual sea la adversante condición del avatar.
Ahora las calles hermosean orgullosas su renacimiento. Un heroico bombero centellea un "Viva Cuba Libre" y hace malamares entre la indisciplina víal de los motoristas y un vehículo de minas porque: "Viva Cuba Libre, compay, un vehículo de minas por la ciudad... Te das cuenta de que aquí to el mundo hace lo que le da la gana? Y después hay quien dice que no somos libres".
Y se ríe.
"Es que acaso la ciudad es sólo sus edificaciones, sus calles extraordinariamente limpias, sus ómnibus nuevos con sus propagandas ideológicas? O la ciudad es mucho más?" Me comenta el actor y dramaturgo Agustín Quevedo, frente a la vista de su apartamento en Versalles, mientras habla con nostalgia de los tiempos donde no había teatros cerrados, ni cines opacos por el reguetón y las fiestas del Hallowen.
Y yo pienso en José Armando Garzón, y de como la vida me ha dado el privilegio de escucharlo, transgredido aquel viejo disco de aquella EGREM, no de ésta EGREM que "parece preocuparse más por vender basura consumista que por defender la música cubana".
Cae la tarde y las montañas de La Maestra cierran sus laderas a la luna. Me doy cuenta que quizás bastaron cinco años para recuperar la caparazón después de la tormenta. Cuántos años habrá de demorar en recuperarse el alma?
Ahí estará la gran piedra en espera de la respuesta.

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